martes, 9 de noviembre de 2010

Nota del autor

Había corrido mucho llanto con la muerte del ex presidente. Los tumultos eran postal corriente. Saber lo que el otro había pensado, saber que de acá a veinte cuadras seguro había alguien que tenía en mente la misma cara, los mismos acontecimientos.

Y habían sido jornadas del mismo pensar y no por eso había una homogeneidad del pensamiento sino causas mismas que desembocaban en acciones diversas, coloridas y muy difíciles de contabilizar.

¿Esto es la unión? Muchos dirán: "Esto es el caos en el tránsito". Otros tendrán los pies preparados para tanto movimiento de diversas especies.

Y las cartas volaban y se confundían con en sus rutas, nadie llegaba a destino ¿Y eso está mal? Todas chocando en el aire, y cayendo en la misma plaza, haciendo de las cosas públicas un accidente, un error, un no planeado ¿Y eso lo hace menos necesario?
Los errores tienen el costo de ser bellos o ser terribles, de estar bien o estar mal, pero nunca , pero nunca serán hechos de caras que no cambian como La Chiqui, como Susana, como...

Será por eso que uno saber que se mueven las calles, y las cartas vuelan, y uno reconoce lo que no quería reconocer: que algo pasa, que el tiempo pasa, que el pueblo pasa, que el espacio pasa, que un ex presidente pasó, que...

Habia muerto un ex presidente, decía. Y Santiago no había tomado el micro hacia Buenos Aires, y Santiago había estado en la oficina.

¿Dónde estaba Santiago? Estaba fundido y comparando la cantidad de lágrimas con la cantidad de agua de la fuente en Plaza de Mayo, para de una vez por todas entender inmensidades y uniones fundamentales.

No había nadie, ni en Entre Ríos ni en la oficina. Porque estas cosas no existían en la existencia del DNI que porta Santiago en la plaza y mientras llora en una esquina pensando quizá en ese Nestor Kirchner, o quizá el pueblo movido en la marea de mareas que alguna vez, uno cantó sin que nadie lo escuche. Porque ese canto era lindo, y ahi está la carta que faltaba.

Santiago nunca había existido, en ninguna parte, Santiago era un anónimo que se pierde en las calles que llevan a Plaza de Mayo.

Y eso era lo que importaba a todos.

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