viernes, 10 de septiembre de 2010

3º epístola-El desvarío

DES-estimado otro:

Necesitaba del prefijo para anular términos que no me representan, que se caen de maduro (ya no sé si te estimo, hay cambios en mis pensares hacia vos, que repercuten en las formas tradicionales de la carta). Te fuiste, así como si no tuvieses nada que abandonar en esta oficina. Lo más adueñado de vos, la taza y la cuchara de plástico, fueron juntando la soledad y el aislamiento en medio las cosas usadas. Vengo yo a retomar el uso de tus cosas como si volver a empezar fuese fácil: acostumbrarse a los colores, comerse en choripán las conversaciones de ropas que se repiten con olores que se vuelven familiares, la sospecha de las ocho horas (¿trabaja, estudia, sabe, calla?). Y si tengo que reclamarte algo en este espacio, recurro a la taza, a la marca de tu boca en el extremo superior, al mango de cerámira tocado tantas veces por el pensamiento del desayuno y de la mediatarde. Reclamo, reclamo, pero sin saber que la queja no va por los cables del teléfono hacia donde estás, ni por las cañerías. La queja se queda en la taza, escupida, y tragada cada día por mi jornada laboral. Como si la viejo y lo abandonado fuese circular sobre su propio eje, (la taza y la boca, y sin dejar de ser tu abandono y tu partida.
Entonces si debo reclamarte, debo hacerlo sobre una nada que me dejaste en ¿en la taza o en su contenido?
¿Adónde dirigir las quejas y mis odios hacia vos? ¿Hacia la materia que hace la taza o hacia el espacio que llenaré con el café de los días y las mediastardes?

Te odio.

Tu otro en desdicha.-

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