jueves, 30 de junio de 2011

Carta a la Fuerza


Queridas Dona Fuerza:

Más allá de que te hayan hecho de física, de química, de religiosidad, de filosofía aristotélica, de revolución galileana, yo te hablo de persona a persona. Doña Fuerza, a pesar de que seas menos perceptible que el arbol que está tantas veces en la puerta de casa que yo me olvido de su existencia y de su tributo a las estaciones del año; a pesar de que tengas encima la metáfora del río y de los fluidos sobre tus palabras, yo sé que tenés el rostro de los rostros en el espejo, tenés la repetición de una sonrisa y un pecho respirando como si fuera la última vez, tenés tantas cosas que a veces no creo que escribiéndote pueda llegarte aunque sea una mínima parte. Estos días, sin embargo, algo nos ha acercado, tanto que hemos llegado a un diálogo tal que hasta la sonrisa mía es también tu sonrisa, o las palabras nerviosas que tengo para decirle a los que pasan por los pasillos también tienen el estilo de tu jerga extraña y por eso mismo maravillosa. Quizá vos no te hagas cargo, Doña Fuerza, de lo que yo te adjudico en estas lineas: por ahí vos te involucrás con quijotes como Hamlet o Don Quijote, o Jorge Sábato o todo ese mini- panteón que se erige en cada cuadra, en cada plaza, en cada libro durmiente. Yo, sin embargo, tengo la dicha de votar humildemente, de decir algo -cosas hermosas- que todos olvidaremos, como las cosas que dice mi hermana cuando descubre que la flor se abre al universo: digo, yo, sin embargo, te agradezco y te doy parte de estos triunfos a vos, Doña Fuerza. (aplausos) Vos me dirás "No soy yo , sos vos...", pero eso yo no me lo puedo creer, yo necesito creer que vos andás ahí rondando los países, los mares y los ríos, filtrándote en las poblaciones, curando con tu ser de Doña Fuerza a hombres como yo, que andaban perdidos por las calles, mendigando los calendarios, pidiendo revanchas y contrarevanchas a las batallas perdidas, y los abrazos que estaban a veinte cuadras y no pude alcanzar...esas cosas que vos me has traído, Doña Rosa, en forma de viento que me levanta y me moldea sonrisas y ganas de gritar y repartir esta carta que te escribo y que termina ahora.

Gracias,


Santiago Enriquez.-

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